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CAPÍTULO 91

Los papeles sueltos en la mesa. Una mano (de Wong). Una voz lee despacio, equivocándose, las t como ganchos, las e incalificables. Apuntes, fichas donde hay una palabra, un verso en cualquier idioma, la cocina del escritor. Otra mano (Ronald). Una voz grave que sabe leer. Saludos en voz baja a Ossip y a Oliveira que llegan contritos (Babs ha ido a abrirles, los ha recibido con un cuchillo en cada mano). Coñac, luz de oro, la leyenda de la profanación de la hostia, un pequeño De Stäel. Las gabardinas se pueden dejar en el dormitorio. Una escultura de (quizá) Brancusi. En el fondo del dormitorio, perdida entre un maniquí vestido de húsar y una pila de cajas donde hay alambres y cartones. Las sillas no alcanzan, pero Oliveira trae dos taburetes. Se produce uno de esos silencios comparables, según Gênet, al que observan las gentes bien educadas cuando perciben de pronto, en un salón, el olor de un pedo silencioso. Recién entonces Etienne abre el portafolios y saca los papeles.
-Nos pareció mejor esperarte para clasificarlos -dice. Entre tanto estuvimos mirando algunas hojas sueltas. Esta bruta tiró un huevo hermosísimo a la basura.