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El castigo que a los embajadores de la liga se les dio y las diligencias que los españoles les hicieron hasta que se embarcaron

El gobernador, habiendo oído al capitán general Anilco el aviso de la traición de los caciques y los ofrecimientos que de parte de su cacique y suya le hacía, agradeció mucho lo uno y lo otro, y con palabras muy amorosas le dijo que, porque adelante en lo por venir no quedase su curaca Anilco malquisto y enemistado con los demás curacas e indios de la comarca, por haber favorecido tan al descubierto a los castellanos, no aceptaba el socorro de la gente de guerra, y también porque, habiendo de salirse por el río abajo tan en breve como pensaba salir, no era menester hacer guerra a los contrarios, y que, por las mismas causas, tampoco aceptaba la buena compañía de su persona para capitán general, aunque conocía el mucho valor de ella y de cuánto momento fuera su favor y ayuda para los españoles si hubieran de conquistar por guerra a los enemigos; que, habiéndose de ir, no quería dejarlo odioso y enemistado con sus vecinos, ni quería que supiesen cosa alguna del aviso que les había dado de la liga, y por la misma razón rehusaba el retirarse a su tierra porque por entonces no le convenía hacer asiento en aquel reino.
Mas ya que no podía admitir los efectos de los ofrecimientos que su cacique y él le hacían, a lo menos recibía los buenos deseos de ambos para acordarse de ellos y de la obligación en que sus palabras y obras a él, y a toda la nación española, habían puesto.