El Inca pasó adelante en su conquista; llegó a los confines de la gran provincia llamada Huamachucu, donde había un gran señor del mismo nombre tenido por hombre de mucho juicio y prudencia; al cual envió los requerimientos y protestaciones acostumbradas; ofreciéndole paz y amistad y mejoría de religión, leyes y costumbres; porque es verdad que aquella nación las tenía bárbaras y crueles; y en su idolatría y sacrificios eran barbarísimas, porque adoraban piedras, las que hallaban por los ríos o arroyos, de diversas colores como el jaspe, que les parecía que no podían juntarse diferentes colores en una piedra sino por gran deidad que en ella hubiese, y, con esta bobería las tenían en sus casas por ídolos, honrándolas como a dioses; sus sacrificios eran de carne y sangre humana.
No tenían pueblos poblados; vivían por los campos, en chozas derramadas, sin orden ni concierto; andaban como bestias.
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