Un joven como de veinticinco años, pero que representaba indudablemente menos edad, ricamente vestido y seguido de dos escuderos, montado en un soberbio caballo negro de raza andaluza, enjaezado con una silla de corte y con arreos adornados de hebillas y botones de oro, atravesaba por una de las calles de la Alameda.
Al llegar a la puerta de San Hipólito un hombre que venía a pie se dirigió a él cortésmente y con el sombrero en la mano. El joven detuvo su caballo.
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