En el que se ve que «hasta las piedras rodando se encuentran»
Cuando Teodoro acabó de contar su historia al oidor y al bachiller, comenzaba ya a lucir la mañana y alegres bandadas de gorriones y de golondrinas cruzaban cantando por encima de los techos y por las calles de la ciudad.
El oidor se embozó en una larga capa y, seguido del bachiller, se dirigió a las casas en donde debía construirse el nuevo convento de Santa Teresa.
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