La estancia en que había penetrado el oidor estaba escasamente iluminada por dos bujías de cera, colocadas en candeleros de plata sobre una grande y pesada mesa de madera pintada de negro, con grandes relieves y adornos dorados; en derredor de la estancia había enormes sitiales semejantes en su adorno y construcción a la mesa, con respaldos y asientos forrados de rico damasco, color de naranja, y sobre una de las puertas se advertía un baldoquín del mismo color con una pequeña imagen de santa Teresa.
Doña Beatriz era una dama como de veintitrés años, alta, pálida, con ojos negros y brillantes que resaltaban en la blancura mate de su rostro; su pelo negro estaba contenido por una toquilla blanca y sin adorno.
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