Luisa quedó casi desmayada junto a la puerta del calabozo. Con el silencio que allí reinaba podía escucharse su débil respirar, y la respiración agitada y penosa de doña Blanca.
Así permanecieron largo tiempo las dos, hasta que el ruido de la llave que entraba en la cerradura hizo volver en sí a Luisa, que se levantó precipitadamente. Los carceleros le causaban horror, hubiera preferido morir a sentirse tocada por ellos.
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