Por un corredor sombrío y angosto fue conducida sor Blanca por seis carceleros, hasta llegar a un aposento grande y cuadrado, que tenía de la bóveda suspendidos algunos mecheros que derramaban una rojiza e incierta claridad sobre las negras paredes, sobre la extraña multitud de extraños objetos que había allí, hacinados por todas partes, y sobre la figura sombría de dos hombres que estaban sentados silenciosamente en un banco. No sería posible describir con exactitud aquel antro de la crueldad humana.
Una atmósfera pesada, fría y húmeda se respiraba en aquella especie de caja formada de rocas, y de donde el más agudo gemido de una víctima no podría ser escuchado.
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