En la portería del convento de Santa Teresa, un caballero y una señora esperaban con impaciencia el momento en que se pudiera hablar a las religiosas.
Debían ser personas las dos de mucha distinción porque, además de ir ambos ricamente vestidos, el caballero ostentaba insignias de nobleza y era saludado con profundo respeto por cuantos al pasar acertaban a verle.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.