Don Diego de Ocaña dormía tranquilamente en su casa en la noche del 9 al 10 de junio de 1642.
Soñaba quizás en que había descubierto la clave para interpretar los jeroglíficos que encerraban el misterioso secreto de los tesoros de Moctezuma, cuando despertó creyendo que habían llamado a la puerta dé la calle.
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