Era ya casi la media noche; toda la gente habíase retirado, y quedaban apenas en las calles algunos obstinados paseadores que se empeñaban en sentirse muy divertidos a fuerza de haber tomado mucho vino, celebrando la bienvenida de Su Ilustrísima.
La iluminación también se había extinguido, y sólo en una que otra casa brillaban todavía agonizantes farolillos, que hacían más pavorosa la oscuridad de las calles.
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