Estamos en la casa del conde de Rojas y en el aposento que en ella ocupa doña Carmen.
La tarde va cayendo, y el sol tibio lanza oblicuamente sus dorados rayos, que penetran en la habitación derramando en ella una alegre claridad; por las abiertas ventanas se descubre un cielo azul, en el que flotan algunas nubecillas ligeras y de una deslumbrante blancura. En lontananza se divisan las altas montañas que forman el cinto de rocas que encierra al pintoresco Valle de México.
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