Sonaban en la Catedral las últimas campanadas de la queda, cuando Felipe subía con gran precaución las escaleras de la casa de doña Fernanda.
Aunque para las costumbres de aquellos tiempos fuera una cosa extraña, sin embargo, las galerías y las principales estancias de la casa estaban iluminadas, y se oía el rumor de las alegres conversaciones de la multitud de personas que casi todas las noches concurrían a la casa de doña Fernanda.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.