Don Cristóbal de Portugal era hombre que nada ofrecía que no estuviera resuelto a cumplir, y salió de la cámara del virrey meditando la manera más a propósito para salir airoso de aquel compromiso que había contraído.
Aún le esperaban en el patio de Palacio sus dos palafreneros. Don Cristóbal volvió a montar a caballo; se dirigió sin vacilar a la calle Real que se llamaba de Ixtapalapa, y se detuvo delante de una casa de notable apariencia.
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