En el momento mismo en que don Guillén doblaba la esquina y daba el último saludo a doña Juana, aparecía por el extremo opuesto de la calle una lucida cabalgata que a trote largo se aproximaba.
Era el virrey con su comitiva que paseaba por la ciudad examinando el estado de ella, y los destrozos que el huracán había causado.
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