El quemadero estaba rodeado de una muchedumbre inmensa: en las calles, en las ventanas, en los terrados, en las ramas de los árboles, en todas partes había espectadores ansiosos de ver a los «quemados».
Y aquello para los espectadores no tenía el aspecto sólo de una diversión; era, además, un acto religioso porque no faltó un Papa que concediera algunos años de indulgencia a todos los cristianos que con devoción acudiesen a ver quemar a algún hereje; de modo que muchos en aquella tarde estaban ganando la indulgencia.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.