Cerca de la casa del conde de Rojas estaba parada una carroza elegante, pero sencilla; no tenía las armas del dueño en la portezuela, ni había indicio para conocer si pertenecía a una persona de la nobleza o era simplemente el carruaje de un opulento comerciante.
Enganchadas estaban a ella dos magníficas mulas negras, que mostraban toda la impaciencia de que eran capaces, después de un largo tiempo de estar paradas.
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