De lo que pasaba en la casa de la calle de las Canoas
La casa de la calle de las Canoas, que conoce el lector, había sido desde que pasó a vivir en ella doña Juana de Carbajal, una casa verdaderamente misteriosa; jamás se habían visto llegar a ella más visitas que don Alfonso y don Leonel de Salazar; pero desde que el primero tomó las sagradas órdenes y el segundo fue enviado por su padre a España, ninguna persona, a excepción del viejo portero, una negra esclava, vieja también, y una dueña, volvió a atravesar el dintel de aquella sombría habitación.
Al principio los vecinos tuvieron curiosidad de saber lo que adentro pasaba, y acechaban el momento de abrirse el zaguán para pasar por el frente, pero no descubrían más que un patio desierto. Otros observaban por las azoteas vecinas, y jamás pudieron alcanzar otra cosa que corredores y pasillos solitarios y ventanas y puertas cerradas por viejos batientes de madera; nunca un ruido, una voz, un grito, denunció la presencia de sus habitantes; nunca una luz vino a deslizarse por la noche al través de una de aquellas puertas.
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