De cómo toda Magdalena puede encontrar un redentor
La noche había comenzado a tender su manto por las calles de México y entre aquella incierta claridad y entre aquella dudosa sombra se vio salir, como recatándose de la casa de don Pedro de Mejía, a una dama cubierta con un velo negro y envuelta en un gran mantón, negro también.
Por la gallardía de su talle y por el garbo con que caminaba, los lacayos conocieron a la viuda de su amo, a doña Catalina, que pasó entre ellos sin dirigirles una palabra, sin ordenar que la siguiese alguno, como era más que costumbre en aquellos tiempos y en aquella hora.
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