Cuando Martín y Teodoro salieron en busca de Esperanza, don César tomó una capa y su sombrero y se dirigió a rondar la casa de don Pedro de Mejía.
Era indudable para él que aquella casa era el centro de todas las intrigas y de todas las maquinaciones; allí debía haber alguien de entre los criados que conociera la historia de doña Esperanza y que supiera lo que había sido de ella. Allí era donde don César estaba seguro de averiguar la verdad.
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