El escándalo provocado por don Enrique tan inocentemente, no interrumpió, sino por muy poco tiempo la alegría del sarao; los amigos más íntimos del joven dejaron para el siguiente día la explicación de aquel misterio y la solución de aquel lance, y se entregaron por aquella noche al placer de la danza, dando treguas a su indignación, a su dolor y a sus amistosos sentimientos.
El virrey quedó profundamente preocupado; había ya formado su resolución, y nada hubiera ya podido entonces hacerle retroceder. Meditaba el modo de llevarla a cabo, huyendo por su parte el escándalo, y procurando que cuando llegase a noticia del público estuviera ya ejecutada la providencia, para evitarse los necesarios compromisos que le traerían las súplicas y los llantos de la familia.
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