Doña Ana de Castrejón había seguido al pie de la letra los consejos que recibió de su madre, y procuraba por cuantos medios estaban a su alcance, desesperar a don Enrique y exaltar su pasión más y más.
De eso provenía la esquela que le había enviado la víspera del día de San Hipólito, y todo se hacía de acuerdo con doña Fernanda, que dirigía todas aquellas operaciones.
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