La casa en que entró don Diego en la calle de Tacuba, era grande y suntuosa; había en el patio muchos esclavos y lacayos que se descubrieron respetuosamente al ver al Indiano. Don Diego subió lentamente la escalera y penetró en las habitaciones, hasta llegar a una hermosísima sala.
Los muebles, los tapices y todos los adornos eran de un gusto exquisito; pero se notaba a primera vista que las costumbres españolas estaban todavía en lucha allí con las de los naturales del país.
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