Agitándose unas veces espantosamente y sosegándose otras, aquella tempestad duró casi veinticuatro horas.
A la mañana siguiente, el sol que asomaba por el oriente, alumbró una mar tranquila y un cielo puro y trasparente; pero no más. La escuadra había sido completamente dispersada, y cada navío no podía descubrir en el ancho y dilatado horizonte más que cielo y agua; ni una vela, ni un puerto, nada, nada; agua y cielo, las ondas y el firmamento.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.