La aldea de San Juan de Goave tenía siempre una gran población, pero de esa que pudiera llamarse flotante, porque iba y venía y cambiaba a cada paso.
San Juan era, por decirlo así, la capital, el cuartel general de los cazadores, y allí, por esa razón, concurrían multitud de mujeres aventureras, que iban siempre al husmo del dinero que con tal profusión derramaban aquellos hombres.
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