Brazo-de-acero caminaba seguido por sus perros, trepando por un sendero escabroso, con tanta facilidad como si anduviera en un salón alfombrado; de cuando en cuando se detenía, y quedaba pensativo; pero no era la fatiga la que lo hacía pararse: era que su pensamiento, ocupado enteramente en el recuerdo de Julia, embargaba algunas veces su voluntad.
De repente los perros lanzaron un aullido y dieron muestras de inquietud, pero el cazador iba tan preocupado que no lo advirtió y siguió su camino.
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