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El rastro perdido

El indiano y don Enrique se dirigieron a la casa que les había indicado el Jején, en busca de Julia; pero cuando llegaron a ella, Julia y Paulita habían partido, y la mujer que cuidaba de la casa no pudo darles noticia del rumbo que habían tomado.
La mañana avanzaba rápidamente, y comenzaron a dibujarse sobre un cielo pálido las cúpulas y los campanarios de las iglesias; comenzaban a escucharse las campanas que llamaban a la primera misa, y algunas personas andaban ya en la calle.