El Jején condujo a Julia hasta la casa de la calle del monasterio de Santo Domingo. Durante el camino, el viento fresco de la noche y el movimiento comenzaron a hacer volver en sí a la joven, de manera que al llegar a la casa estaba completamente despierta.
Contra lo que esperaba el Jején, la casa estaba abierta, pero no encontró en ella más que a una mujer encargada por Pedro Juan de cuidarla; pero Paulita aún no había llegado.
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