Don Enrique y doña Marina, siguiendo al Indiano, llegaron hasta la casa que habitaba éste. Doña Marina se precipitó a la alcoba en que dormía su hijita, y se entregó a todos los trasportes de la felicidad.
Don Diego hizo preparar una habitación para que don Enrique pudiera vivir en ella los días que había prometido permanecer en México.
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