El Jején llegó a las doce de la noche frente a Catedral, como se lo había prevenido don Enrique, y se puso a esperar; pero don Enrique no volvió a pensar ya en él.
La hora pasaba, el frío de la mañana hacía tiritar al Jején, que permanecía firme en su puesto, hasta que los rayos del sol comenzaron a dorar las torres de la ciudad.
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