Eran las once de la noche del día 6 de agosto de 1669, y llamaba a la casa de doña Ana un hombre embozado. Era don Diego, que volvía a ver a la dama por primera vez desde la escena que han presenciado entre ambos nuestros lectores.
Doña Ana estaba triste; el Indiano había escapado casi de entre sus brazos, confesándole que la amaba, y sin embargo, no volvió; doña Ana le esperaba todas las noches, y las noches pasaban y don Diego no parecía: la dama sentía una inquietud mortal.
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