Desde aquel día Morgan comenzó a usar con doña Marina una crueldad infinita. Encerrada en una de las inmundas bodegas del navío, sin ver más que al marinero que dejaba una pequeña ración de pan y un poco de agua, sin respirar el aire libre, sin ver casi la luz, la infeliz joven sufría horriblemente.
Aquella bodega estaba llena de enormes ratas, que venían a arrebatarle casi de la mano su miserable alimento, que roían sus vestidos, que llegaban hasta morder sus mismos dedos.
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