Doña Ana sintió que caminaba un largo trecho; pero la persona que la llevaba debía ser un Hércules, porque no mostraba fatiga.
Por fin, oyó voces, la soltaron cuidadosamente en tierra, y se encontró casi en la orilla del mar, rodeada de hombres a quienes no podía distinguir en la obscuridad de la noche; pero eran muchos, y todos armados.
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