El día le pasé en la mayor desesperación: mis hijos lloraban extrañando a su casa, a su padre, y yo no me atrevía ni a salir de mi cuarto; allí me hice servir la comida. La vieja me obedecía y callaba.
Cerca de la oración llegó don Celso, y yo corrí a su encuentro, por el deseo de saber lo que había pasado en casa de mi marido, durante mi ausencia.
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