Desde la oración de la noche, una tambora llamaba con sus ecos sordos a todos los vecinos, al lugar destinado para la maroma.
Era este un extenso corral, cercado por un lado con una pared de adobes, por el otro con las bardas de una casa, y por los demás con cercas de piedra amontonada, sin mezcla ni argamasa, que es lo que se llama tecorral.
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