Los hombres que conducían a Alejandra, atravesaron a trote largo siguiendo a su jefe, aquel pequeño pueblo; y cuando se alejaron un poco, que ya no encontraron casas ni vecinos retardados, tomaron a la izquierda saliéndose del camino y retrocediendo con precaución hasta llegar a una de las casas de la orilla, pero casi por el mismo lado por donde habían entrado.
Echaron todos pie a tierra, bajando cuidadosamente a la muchacha, que había ya vuelto en sí, pero que estaba como insensible.
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