A su parecer, el buen cura tomaba todas las precauciones para evitar una desgracia; pero como el lector habrá visto, de nada sirvieron, y el viejo insurgente cayó atravesado de un balazo en medio del camino, y los encubiertos se apoderaron de Alejandra.
El pobre cura no pudo dormir, y se paseó de arriba a abajo en su salita, toda la noche. La señora Joaquina quiso hacerle compañía, y se sentó en una silla; resistió un poco el sueño, pero como su espíritu no estaba tan agitado, a poco tiempo se reclinó sobre la mesa y comenzó a roncar.
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