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El herido

Romero desapareció entre la turba de los franceses que le rodeaban y que se alejaban perdiéndose en el pequeño grupo de casitas de Papazindan.
Jorge permaneció inmóvil mucho tiempo; la cabeza le pesaba como si fuera de bronce; la piel de su rostro, cubierta con la sangre cuajada, había perdido su elasticidad y estaba casi insensible; sólo en la herida, las picaduras de los moscos le hacían sentir nerviosos y rápidos estremecimientos.