Jorge y Murillo no pensaron en el momento sino en huir: el enemigo estaba sobre ellos, o más bien dicho, ellos se encontraban en medio del enemigo.
Jorge sin soltar su mosquetón, tomó uno de los senderos que tenía al frente, y que estaba desierto, pero a pocos pasos oyó detrás el galope de un caballo; un dragón con el sable levantado, estaba ya a corta distancia. Jorge quiso huir pero no era tiempo: sintió sobre su frente un golpe formidable, y un espantoso dolor como si la montaña se hubiera desplomado sobre su cabeza; cruzó ante su vista un relámpago rojo, sangriento, vertiginoso, y luego ya no supo más.
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