En una de las casas de aquella ciudad, de que hemos dado una idea, aunque imperfecta, y en un cuarto que tenía una puerta para la calle, al derredor de una pequeña y derrengada mesa de pino, cenaban alegremente tres personas.
Eran tres oficiales de caballería, con blusas encarnadas de fino paño, quitado en un convoy a los franceses, y calzoneras de casimir mezclilla con botonaduras de plata; los tres estaban igualmente vestidos, sin más diferencia que las hechuras y adornos de sus trajes.
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