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El viaje y el encuentro

Muy temprano, y al amanecer el día siguiente, un movimiento inusitado se advertía en la casa de don Plácido. Dos criados cargaban fardos de equipaje sobre robustas mulas mientras que otros tenían del ronzal algunas ensilladas, y entre las cuales se notaban dos que indudablemente debían ser de los amos.
La una era una poderosa mula prieta, con silla y bridas adornadas de plata, con un primoroso tapa-ojo bordado de chaquira que fingía deliciosas flores: tenía en el arzón un magnifico par de pistolas dragonas, y pendiente de la cabeza de la silla una espada con la empuñadura de plata y la vaina de cuero negro bordada de oro y plata. La otra mula era retinta, más pequeña, pero más bien formada, más viva, por decirlo así; el arnés era semejante al de la primera, sólo que no se veía ninguna clase de armas, y que sobre la silla cuidadosamente cubierta por ella, se ostentaba una manta de abrigo de encendidos colores; y una banda roja formaba una especie de columpio de la cabeza a la teja de la silla, colgando por el lado de montar.