Tío Lalo era el herrero más trabajador y más inteligente del pueblo: no había memoria de cuando había comenzado a ejercer su oficio, pero de seguro, que ningún vecino podría decir tampoco que algún día, no siendo feriado, había visto sola la fragua, o había dejado de escuchar el ruido del yunque.
Al salir el sol ya tío Lalo estaba en su obrador: cuatro columnas de madera sosteniendo un techo de palma, una fragua y un yunque, éste era el taller.
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