Cuando todo quedó ya en silencio dentro de la iglesia, del pie de uno de los altares se fue levantando la Guacha, que había permanecido allí, sin que el sacristán lo hubiera advertido.
Poco a poco se puso en pie; y sin vacilar, como si la fuerza de su alma hubiera comunicado vigor desconocido a sus miembros, se dirigió a la puerta de la bóveda en que estaba depositado el cuerpo de Valdespino: llegó, la puerta estaba abierta; y la Guacha penetró en aquel recinto.
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