Alejandra contó a su padre y a don Plácido todas las persecuciones de que había sido víctima: don Celso apareció tal cual era, y la indignación encendía mil veces el rostro de Caralmuro durante aquella relación.
-Es necesario -dijo-, castigar a ese monstruo: ni Dios ni los hombres honrados pueden tolerarle: yo sobre la tierra, en este momento, voy a hacerlo, y yo sabré hacerme justicia.
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