Durante todo el día en que tuvo lugar el reconocimiento de Leonor por su padre, que según recordarán nuestros lectores, fue el mismo de la catástrofe de Inés, doña Estefanía no apareció por la casa de Mondragón, y era esto tanto más extraño, cuanto que hacía ya muchos años que no salía sino muy pocas veces a la calle, y entonces volvía a la casa, sin haberse hecho esperar jamás a las horas de la comida.
Pero aquel día, las horas se pasaban, y Mondragón comenzaba a inquietarse: el deseo de darle la feliz noticia, y de presentarle a Leonor como a su nieta, redoblaban el deseo de Mondragón, que la esperaba con impaciencia.
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