La familia Murillo pasaba sus días muy tranquilos en Mexicalzingo: ya nadie creía en la posibilidad de una salida por parte de los sitiados, y la rendición de la capital era un acontecimiento que se esperaba como seguro.
Eduardo y Jorge iban en los momentos en que el servicio se los permitía, a visitar a don Bartolo, y acompañaban a las señoras a dar algunos paseos por la población.
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