Desde que el hambre había comenzado a hacer estragos en la ciudad sitiada, los habitantes comenzaron a buscar la salvación fuera del recinto fortificado, y en el campo, y en las poblaciones ocupadas por las fuerzas republicanas, dando con esto la mayor prueba de confianza a aquellos hombres a quienes los periódicos del imperio pintaban como unos forajidos sin corazón, sin moralidad y sin sentimientos humanitarios.
Al principio, un temor muy natural hizo que los que se atrevían a salir, mirasen aquel acto como uno de los trances más difíciles y comprometidos de la vida; pero la buena aceptación que encontraban en las líneas de los sitiadores, y la seguridad completa con que hacían la travesía, dio ánimo a todos los demás, y luego no fue ya por necesidad, sino casi por moda, por lo que todo el mundo se apresuraba a salir.
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