Don Celso se había tomado más sombrío desde aquel día fatal en que Inés le había anunciado su resolución de casarse con Pablo, y que Alejandra se escapó de entre sus garras. Salía muy poco a la calle: sin embargo, no dejaba de ir a la casa de Inés, fingiendo a ella y a Pablo la amistad más franca y desinteresada.
El matrimonio debía verificarse de un momento a otro, y don Celso tomaba ya sus providencias. El deseo más innoble de venganza devoraba su corazón, y estaba decidido a ver morir a Inés antes que permitir que fuese esposa de Pablo.
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