El padre Antonio, nuestro antiguo conocido, tuvo que regresar a su curato de San Luis, sin haber logrado averiguar el paradero de su pobre Roque. Don Plácido y la Guacha determinaron quedarse en México.
Don Plácido encargó de todos sus negocios en la costa al buen cura, y vivía en la capital con lo que éste le enviaba, atendiendo a su salud, extraordinariamente quebrantada a resultas de las heridas, y con la fírme resolución de no volver jamás a la costa.
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