Margarita había faltado tres meses de Zitácuaro, y cuando volvió a verlo se horrorizó.
En donde antes se levantaba la ciudad alegre y bulliciosa quedaba sólo un montón de ruinas ennegrecidas por el humo, y entre las cuales brotaba ya la calabacilla silvestre y la malva: alguno que otro vecino cruzaba por aquel campo de desolación, y una que otra familia vivía entre aquellos escombros, en chozas improvisadas de madera y de ramas.
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